Conducir hacia el Oeste desde Salt Lake City hasta el Parque Nacional de Great Basin (Gran Cuenca) al otro lado de la frontera con Nevada es básicamente un asunto de no dormirse al volante mientras atraviesas milla tras milla de carretera recta, rodeado por todos lados del terreno inhóspito del generalmente seco Lago Sevier y las tierras baldías de los alrededores. Quedaban todavía algunas horas hasta la noche, y yo estaba principalmente preocupado por llegar a las montañas del parque lo más pronto posible y encontrar un lugar de acampada con tiempo suficiente para sacar algunas fotografías bajo la cálida luz del anochecer. O al menos ese era el plan de acuerdo con el pronóstico del tiempo de la radio, el cual no tenía ningún parecido con las oscuras nubes que yo veía en todas direcciones.

El tiempo estaba pasando de malo a peor, aunque a lo lejos se podían ver algunas nubes bonitas, pero me daba bastante pereza detenerme a sacar fotos ya que no había nada de interés en primer plano y de todos modos iba corto de tiempo. Entonces, sin previo aviso, justo después de que la carretera ganase un poco de altura para superar una pequeña colina, me di cuenta de que a lo lejos el sol había encontrado un pequeño hueco entre las nubes y estaba iluminando el desierto con una luz oscura pero cálida. Después de desperdiciar un minuto considerando las ventajas e inconvenientes de parar, giré 180 grados, conduje de vuelta hasta lo alto de la colina, aparqué en el arcén, y entré en faena sin perder el tiempo, ya que sabía que la buena luz no iba a durar. Trepé rápidamente encima de un grupo de rocas para ganar algo de perspectiva, desplegué el trípode, monté un teleobjetivo corto, y afortunadamente fui capaz de congelar un par de composiciones antes de que la luz se esfumara. La de arriba es la que más me gusta.

A partir de ese momento me mantuve alerta el resto del camino en busca de oportunidades similares, pero no volvió a suceder nada similar a lo que se puede observar en la imagen. Llegué al parque, encontré un bonito lugar de acampada al lado de un arroyo, y ascendí por la escénica carretera del Pico Wheeler. Tuve suerte en encontrar buena luz justo antes del anochecer, al tiempo que empezaban a caer las primeras nieves de la temporada. A la mañana siguiente, se habían acumulado al menos diez centímetros fuera de la tienda.

"Cuando un hombre debe tener miedo de beber el agua de los ríos y arroyos de su país, entonces ese país ya no sirve para vivir." Edward Abbey

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