De hecho lo es. Un lugar extraño. Una tierra extraña. Mágica. Un sitio sin respeto para los estereotipos. Un lugar donde la roca manda. Donde la roca domina. Donde la roca es rey. Y todo lo demás inclina la cabeza en señal de respeto. Porque sería estúpido discutir su supremacía, eso es seguro. Los ríos por ejemplo, que aquí no crean valles ni cavan cañones, sino que se ven exiliados a esconderse en ranuras, fuera de la vista. O los árboles y arbustos, desde hace mucho no muy populares por aquí, a los que sólo se permite crecer aquí y allá simplemente para añadir variedad. O las montañas, expulsadas por las grietas, pliegues, y fallas con las que la roca crea el paisaje. O incluso los océanos, originalmente los dueños de esta tierra, y culpables de depositar tanta arena en su fondo, sin poder sospechar que los pequeños granos se unirían entre sí para formar arenisca y poco a poco elevarse forzando a las aguas a retirarse.

Ríos, árboles, montañas, océanos. Juntos dominan la Tierra. Son los grandes actores, los grandes jugadores. Cubren la roca, la ocultan de la vista. La sofocan. La aplastan. La explotan. Esa es la ley, en la mayoría de los sitios al menos, pero no aquí. Porque éste es el lugar de la roca. La cual ha decidido presumir. Dar una lección a los demás. Echar la casa por la ventana. Hoodoos, conos, ranuras, taludes, aletas, agujas, arcos. Rojo, amarillo, naranja, blanco. La roca ha querido competir con sus rivales. Vencerlos por clase. Abrumarlos. Humillarlos. Y éste es el resultado. En mi opinión nadie puede negar su éxito.

"Para apreciar de verdad el desierto uno debe vivir allí, caminar sobre su tierra, y acampar en su arena." Edmund C. Jaeger

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