/// Wild Tracks - Landscape Photography by Eduardo Gallo

WILD TRACKS

Pasión por la Fotografía de Paisajes

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Parque Nacional de Wrangell - San Elias, Alaska, EE.UU.

Agosto 2014

Parque Nacional de Wrangell - San Elias, Alaska, EE.UU.

Canon 5D MkII & EF 24-105mm f/4L IS USM, 1/6s f/8 ISO400 @35mm

Google Earth para esta foto
PODERÍO

Los vi a ambos por primera vez la noche anterior a que me soltaran del avión, en la esplanada al final de la carretera, justo enfrente del puente peatonal que es el único acceso al antiguo pueblo minero de McCarthy, situado en medio de una de las zonas vírgenes más grandes que quedan en el planeta. Y menuda carretera. Cien kilómetros de grava y tierra esparcidos encima del antiguo ferrocarril minero, a lo largo de la cual "debería conducir exactamente por el medio para reducir las posibilidades de atravesarme una rueda con una estaca de la vía", tal como me dijo un lugareño. Ningún problema esta vez, para variar un poco. Pero volvamos a estos dos.

Vieja ranchera oxidada llena de trastos. Pantalones de camuflaje, abrigos largos, sombreros anchos, barba larga el más alto, bigote también largo el otro, ambos cerca de los cuarenta. Y suficientes armas para dar un golpe de estado en algún país caribeño. Pistolas en una cadera, grandes cuchillos de desollar en la otra, escopetas recortadas al hombro, rifles a la vista. Con una actitud de "no te metas conmigo" y un aspecto de no darse demasiadas duchas, más o menos como el mío tres semanas más tarde. Aparcaron a veinte metros de mi coche, y montaron su tienda a veinte metros de la mía. Y a la mañana siguiente empezaron a llenar sus mochilas mientras yo llenaba la mía. Cosas similares en los tres casos. Saco de dormir al fondo, seguido de comida suficiente para una semana, ropa de agua, y algunos utensilios más. Y un trípode, una enorme cámara, y un par de lentes en mi caso; un rifle, una escopeta, y quién sabe qué más fuera de la vista en el suyo (cada uno). Además de las pistolas y los cuchillos que llevaban encima. Evaluándonos mutuamente, muy macho todo. Yo contento porque mi tienda de campaña era mejor (léase, pesaba 50 gramos menos) que la suya, ellos satisfechos porque sus rifles eran más grandes que mi trípode. Y yo creyendo que no los volvería a ver jamás, o eso pensaba.

Acabé con la mochila, cerré el coche, murmuré un "cuidaros" al pasar por al lado, y me encaminé hacia el puente, la camioneta al otro lado que me llevaría tres kilómetros a la pista de despegue (con una parada de una hora en McCarthy para que aumentara un poco la visibilidad), y hacia la gran aventura. Concentrado en las recompensas (solitud, grandes vistas, glaciares, osos de peluche, en este orden) y tratando de no darle demasiadas vueltas a los riesgos (vadear torrentes, soledad, crevasses, enormes criaturas peludas, también en ese orden). El vuelo de cuarenta y cinco minutos valía varias veces los muchos dólares que pagué por él, siempre volando justo debajo de las nubes, a unos pocos cientos de metros del suelo. Bosques sin fin, ríos divididos en cien canales distintos, morrenas enormes, y entonces el hielo. Primero un glaciar a un lado, luego un segundo al otro. Seguido por un tercero en el medio cien veces mayor que el segundo. Y entonces otro cien veces mayor que el anterior. Las vistas mejoraban más o menos en paralelo con mi nerviosismo sabiendo lo que me esperaba. Y entonces lo vi. El campo de hielo Bagley, la mayor extensión de hielo fuera de los polos y Groenlandia. Cinco mil doscientos kilómetros cuadrados de hielo, unos cuantos arriba o abajo. Nubes oscuras sin fin sobre mi cabeza, hielo completamente blanco hasta el infinito debajo. Y entonces giramos, empezamos a perder altura, dejamos el hielo, y un par de minutos más tarde estábamos en el suelo. "Adiós señor piloto de avioneta, muy bueno conocerle, todavía más encantado de haber volado con usted, y por favor asegúrese de volver a recogerme la semana que viene. Pase lo que pase. Por favor." Aquí no valen excusas, ninguna en absoluto.

La avioneta dió la vuelta, cogió velocidad, tomó vuelo, y poco después desapareció de la vista, y allí me encontraba yo. Completamente solo en este valle, excepto por la población local de Ursus arctos horribilis. A varios valles y mucho ríos de distancia del asentamiento humano más cercano, una pérdida de tiempo incluso el pensar en salir de allí a pie. Más vale que el piloto mantenga su palabra y regrese a recogerme. Completamente solo, excepto por dos individuos a estas alturas ya familiares montando su tienda de campaña a trescientos metros de allí. Se acercaron y conversamos un rato. Encantado de conocerte (conoceros), cuáles son tus (vuestros) planes, a dónde vas (vais), ese tipo de conversación. Simpáticos y extrovertidos, muy educados. Les conté mis planes, que se pueden resumir como ir lejos, ir rápido, ir alto, y cruzar los glaciares y torrentes que hubiese en el camino. Y volver la noche anterior a que me recogiese la avioneta. Y se quedaron anonadados, o al menos eso parecía. Ellos no iban a mover el campamento (de hecho se quedaban un día más que yo), y planeaban hacer dos o tres caminatas de día si fuera posible. Sin experiencia, con miedo a los glaciares, miedo a los torrentes, y mucho mucho mucho miedo a los osos. Resulta que las armas eran para protegerse (aquí está prohibido cazar). Tiempo de partir. Cuidaros mucho y os veo en una semana.

Y menudo semana tuve, creo que necesito publicar otra foto para contar la historia. Subí valle arriba por la izquierda, crucé el glaciar, trepé a un par de picos en el otro lado, acampé en sitios espectaculares, y volví el último día por la tarde a acampar cerca del punto de recogida. Imposible que ese piloto fuese a venir a la mañana siguiente y no encontrarme a mí ahí. Muy buen tiempo los días anteriores, pero ahora las nubes venían rápido. El sol está bajando, la luz cambiando, y a mejor. Y aquí llegan mis dos amigos. Sin escopetas ni rifles esta vez, bien por ellos. Extremadamente contentos de verme. Y empiezan a hablar, algunas veces los dos a la vez. Hacen preguntas más rápido que una metralleta escupe balas. Qué he hecho, dónde he estado, con cuántos osos me he cruzado. Me cuentan que el valle (que es básicamente arena dejada por el retroceso del glaciar hace unas pocas decenas de años) está lleno de huellas, pero que no han visto ninguno. Difícil de creer, dada la cantidad que había visto yo. Pero hey, no hay mucho que se diga de comer en la arena, todas las moras y los arándanos están ladera arriba. La luz está mejorando rápido, lo mejor que he visto en toda la semana, el anochecer se acerca, yo quiero sacar fotos, y estos dos no se callan. Simpáticos, educados, haciendo sugerencias para el resto de mis vacaciones. Así que sigo hablando unos pocos minutos más, suelto una excusa, y empiezo a buscar buenas fotos. Lo de arriba es el resultado. Y una hora más tarde vuelvo y seguimos hablando.

Empezó a llover por la noche. Poco me imaginaba yo entonces que apenas iba a parar en las tres semanas siguientes. Llegó la mañana. Desayuno grande y al lugar de recogida con una hora de adelanto. Y afortunadamente el señor piloto de avioneta mantuvo su palabra y apareció para recogerme. Tres horas más tarde.

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