/// Wild Tracks - Landscape Photography by Eduardo Gallo

WILD TRACKS

Pasión por la Fotografía de Paisajes

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Parque Nacional de Denali, Alaska, EE.UU.

Agosto 2014

Parque Nacional de Denali, Alaska, EE.UU.

Canon 5D MkII & EF 24-105mm f/4L IS USM, 1/6s f/8 ISO400 @47mm

Google Earth para esta foto
DESCOMPOSICIÓN

La mayor parte los seres de este mundo atraviesan las mismas fases durante sus vidas. Nacer, crecer, anchar, encoger, y morir. Con pequeñas variaciones dependiendo de la especie, eso hay que reconocerlo. Los humanos por ejemplo. No todos los individuos engordan cuando son adultos. Algunos se mantienen delgados y en forma como si el tiempo no pasase por ellos, mientras que otros ya tienen sobrepeso al poco de dejar de gatear. O los árboles, los cuales se saltan la fase de encogimiento. Generalmente ganan altura como demonios hasta alcanzar una abertura en el techo del bosque, y entonces cambian de modo y comienzan a ensanchar para proteger su territorio contra la competencia, continuando así hasta que la enfermedad o el fuego los detiene, o hasta que son derribados por un vendaval. Los ríos son otro ejemplo, aunque es necesario algo de manga ancha para poder seguir con la comparación. Son rápidos y ágiles de jóvenes, van frenando en su plenitud a medida que recogen el agua de los afluentes, y finalmente se arrastran sin rumbo entre meandros antes de desaparecer en el mar.

Y luego están los glaciares, o ríos de hielo. Se crean cuando la cantidad de nieve que se acumula en invierno es mayor que la que se derrite en verano. Si eso sucede, la nieve se empieza a acumular año tras año, convirtiéndose lentamente en hielo por el peso de la propia nieve que la cubre. Esto todavía no es un glaciar, sin embargo. Solamente hielo. Lo podemos también llamar un glaciar en formación, un embrión de glaciar. Y ahora es cuando la gravedad viene al rescate. Sí, la gravedad, que tira continuamente de todo hacia abajo. Antes o después, ese hielo comenzará a fluir, incluso si la pendiente es pequeña. Incluso si es extremadamente pequeña. Pero fluirá de una manera o de otra. A veces, el hielo necesitará crecer bastante antes de fluir, pero fluirá. Y entonces ya no es un embrión, sino que el glaciar ha nacido.

Una vez en movimiento, es hora de crecer. Colina abajo. Cuanto más abajo llegue, menos nieve recoge en invierno y más se derrite en verano. En algún momento encontrará el equilibrio, añadiendo hielo por encima de una determinada altura, y perdiéndolo por debajo. Nuestro bebé glacial ha crecido y se ha convertido en un adulto. Hora de madurar, de engordar. Aunque en este caso depende del clima. El frío, la nieve, y las nubes son para el glaciar el equivalente de la mantequilla para los humanos o las tormentas para los ríos. Cuanto más reciben, más gordos se vuelven. Y también como nosotros, un glaciar puede pasar por varios ciclos de dieta y engorde durante su vida, aunque en una escala temporal mucho mayor, siguiendo lentamente las variaciones del clima. En algún momento las condiciones se volverán demasiado adversas para el glaciar. Puede que haga más calor, o nieve menos, o haga más sol. De cualquiera manera, toca encogerse. Y si persisten esas condiciones, antes o después el otrora majestuoso glaciar se quedará sin hielo, sin sangre, morirá, y desaparecerá. Así es como funciona. O al menos eso pensaba yo. Hasta que me encontré con este.

Un glaciar pequeño lo mires como lo mires. Tan pequeño que ya ni siquiera aparece en los mapas. Tenía probablemente unos cuatro kilómetros de largo hace unos siglos, un afluente menor del majestuoso Glaciar Muldrow, que todavía hoy fluye hacia el norte durante más de cincuenta kilómetros desde Denali, la montaña más alta de Norte América. Yo estaba subiendo lentamente por el valle, concentrado en encontrar la mejor ruta por entre las toneladas de rocas y piedras de todos los tamaños que conformaban el fondo del valle. Este es el material que los glaciares escarban de las montañas que rodean su curso, el material del cual están hechas las morrenas, el material que dejan atrás cuando desaparecen. Llevaba subiendo un par de horas. Y entonces apareció un arroyo, no en el fondo del valle, sino paralelo a unos cuantos cientos de metros a su derecha. Así que me giré para ver a dónde iba a parar todo ese agua. Y la respuesta es que se metía debajo del hielo. Debajo del mismo hielo sobre el que había venido yo sin darme cuenta. Debajo de los restos del glaciar que acostumbraba a fluir por este valle. Que todavía llena la mayor parte, pero que ya no fluye. Un glaciar en descomposición. Así que resulta que algunos glaciares tienen una fase adicional en sus vidas. La descomposición.

Yo continué subiendo y pasé la noche en el paso de Anderson, con increíbles vistas a ambos lados de la Cordillera de Alaska. Uno de los sitios más bonitos en los que yo haya acampado, y también uno de los más expuestos. A diferencia de los días anteriores, las condiciones eran perfectas cuando me fui a dormir. No llovía y no hacía mucho viento. Casi no me lo podía creer. Y tampoco me lo podía creer cuando me desperté cuatro horas más tarde. Lluvia helada y lo que parecía un huracán desde dentro del saco de dormir. Me levanté, me las apañé para meter la tienda empapada dentro de la mochila sin que ni la tienda ni yo saliésemos volando, y comencé a bajar tan rápido como pude. Bajar hacia la protección, hacia la seguridad. Un par de horas más tarde pasé por el punto en el que me había detenido el día anterior mientras subía. Justo en el momento en que las nubes se abrían y los primeros rayos del día iluminaban la cima de Denali, a más de 6000 metros de altura y cincuenta kilómetros de distancia.

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