Diciembre 2013
Parque Nacional del Valle de la Muerte, California, EE.UU.
Canon 5D MkII & EF 24-105mm f/4L IS USM, 1/6s f/8 ISO400 @50mm
En 1894, después de que la tuberculosis hubiese matado a seis de sus hermanos, un joven llamado William Henry Schmidt abandonó su hogar en Rhode Island y llegó a la región del Mojave siguiendo el consejo de su médico, quien creía que vivir en un clima cálido y seco le podía ayudar a evitar sufrir la misma suerte. Trabajando como minero solitario, poco a poco consiguió poner a su nombre varias pequeñas concesiones mineras en las Montañas de El Pasos, incluyendo una en lo alto de la ladera norte de la Montaña de Cobre1.
Schmidt estaba convencido de que la manera más fácil de llevar el mineral desde su mina cerca de la cumbre hasta las plantas de procesado de los valles del sur era excavar un túnel a través del granito de la montaña, así que en 1906 empezó a picar y dinamitar armado solamente con pico, pala, taladro manual, mazo, y carretilla. Al llegar los años veinte, la construcción de una pista hasta esa remota zona convirtió su túnel en innecesario. Impertérrito, Schmidt continuó en su empeño, y en 1938, unos increíbles 32 años después de comenzar, finalmente alcanzó la luz en el lado sur de la montaña. Schmidt, que entonces tenía 67 años, vendió su concesión y se mudó a un valle cercano donde vivió quince años más hasta su muerte.
El túnel tiene más de 600 metros de largo y promedia dos metros de alto por uno y medio de ancho, aunque la última parte es más baja y estrecha reflejando la menguante salud y fuerza de Schmidt. Se estima que excavó aproximadamente 5800 toneladas de roca. Durante todos esos años Schmidt llevó una existencia extremadamente frugal en su pequeña cabaña situada cerca de la entrada norte del túnel, trabajando los veranos en un rancho cercano para mantenerse a sí mismo. Dado que sus únicos compañeros eran dos burros, Jack y Jenny, al final se le acabó conociendo como "Burro" Schmidt. Su cabaña y el túnel pueden todavía ser visitados hoy en día.
Estaba yo leyendo la historia de "Burro" Schmidt y otros personajes similares mientras cenaba media hora después de haber tomado la fotografía que aparece arriba, sentado al estilo indio en la parte de atrás de mi todo-terreno, con el saco de dormir preparado a un lado, tratando de matar algo de tiempo para acortar las 15 oscuras y frías horas que quedaban hasta que saliese el sol. Bastante satisfecho conmigo mismo, ya que había conseguido llegar a este lugar dejado de la mano de Dios sin quedarme atascado en la arena (un suceso bastante raro últimamente), había tenido la suficiente suerte como para que el sol encontrara brevemente un agujero en las nubes media hora antes del anochecer y otra vez unos pocos minutos después de la puesta de sol (desgraciadamente algo que tampoco es muy común), y sobre todo había sido lo suficientemente espabilado como para estar en los sitios adecuados en ambas ocasiones (lo que por fortuna sí es más frecuente pero no seguro).
Atún en lata con puré de patatas, junto con algunas galletas para untar. Cacahuetes, queso, y unas pocas ciruelas secas de postre. Bastante deprimente, y desafortunadamente un menú muy parecido al de las comidas y cenas de los días anteriores, y también de los siguientes. Y ahora que lo pienso, no demasiado distinto que los desayunos. Empecé a pensar en este individuo apodado "Burro". Que un día dijo que iba a construir un túnel y tres décadas después estaba hecho. Incluso si no tenía ninguna utilidad. Incluso si nadie le ayudó. Incluso si todo el mundo pensaba que estaba majara. Hombre contra montaña. Su voluntad contra el granito. Contra todo pronóstico. Y cuando acabó va y se marcha. Así de fácil. De quitarse el sombrero. Durante un rato estuve pensando en la clase de hombre que debió haber sido.
Hipnotizado por la historia (suena incluso mejor cuando la lees rodeado por la más completa oscuridad mientras estás aparcado a un lado de una pista de todo-terrenos a 40 kilómetros del asfalto más cercano y 15 más hasta el primer edificio), saqué el mapa topográfico y me empecé a preguntar a qué distancia estaría el ser humano más cercano. En línea recta. Imposible de saber pero 15-20 kilómetros parecían una buena apuesta. Y lo más probable es que 30 o 35 fueran también una buena mano.
Luces fuera y al saco, literalmente. Y mucho más tarde y de repente, en medio de la noche, dos focos que me despiertan. Ya sabía yo que no se me da bien el juego. Para cuando quiero subir la cremallera y salir del saco, las luces han aparcado a no más de 10 metros de mí. Con todas las alarmas sonando en mi cabeza, en un santiamén me calzo las botas, me pongo la linterna en la frente, agarro la navaja, y salgo del coche. Una enorme ranchera destartalada. Cargada a tope. Un tipo viejo que sale. Alto y delgado, con una larguísima barba blanca. Afortunadamente un buen tipo. Se me olvidó preguntarle cómo se llamaba. Me cuenta que es el dueño de una pequeña mina desde antes de la expansión del Parque Nacional del Valle de la Muerte. Otra hora siguiendo la pista, me dice. Tiene pensado pasarse unas pocas semanas excavando. "¿Pasadas las Navidades?", le pregunto (estábamos a 18 de Diciembre). "Bien pasadas" me responde. La ranchera a tope de provisiones y herramientas. Me pregunta qué hago ahí, y obtiene su respuesta. Ahora que lo pienso, en mi humilde opinión él es el más loco de los dos, aunque supongo que él pueda no estar de acuerdo. Se lleva la mano derecha a la sien y me suelta un saludo informal. Dice algo así como "que te diviertas", en realidad no me acuerdo. Y se lleva un "cuídate" o algo parecido como respuesta. La ranchera arranca y sigo las luces en la distancia, más y más pequeñas, hasta que me doy cuenta del frío que hace. Vuelta a dormir, aliviado. Y entonces hago la conexión y empiezo a pensar acerca de "Burro" y lo parecido que podía haber sido a este individuo. Felicidades a ambos.
1La historia de William Henry Schmidt se basa en el texto de la guía al Valle de la Muerte y el Mojave Septentrional, escrita por William. C. Tweed y Lauren Davis, y publicada por Cachuma Press en 2003.