Marzo 2013
Parque Nacional de Corcovado, Costa Rica
Canon 5D MkII & EF 24-105mm f/4L IS USM, 2s f/16 ISO1600 @24mm
La mayoría de los niños han leído u oído la historia de un jovenzuelo llamado Juan, quien un buen día lleva su única vaca al mercado para venderla pero sin embargo acaba cambiándola por un puñado de habichuelas mágicas. Esa misma noche de regreso en casa, y después de que su enfadada madre hubiera lanzado las habas por la ventana, Juan se da cuenta de que éstas han crecido para convertirse en una enorme planta que lleva a un mundo desconocido y misterioso allí arriba. Su curiosidad le lleva a trepar por la planta hasta allí, donde se encuentra con un gigante malhumorado a quien consigue robar una bolsa con monedas de oro y una gallina que pone monedas también de oro, escapando por los pelos de vuelta a casa sin ser capturado por el gigante. Juan por supuesto vive feliz y contento el resto de sus días.
Desconozco la moraleja de la historia, si es que tiene alguna, e incluso había olvidado la mayor parte del cuento ya que ha llovido un poco desde que dejé de creer en gigantes y en huevos de oro. Y entonces encontré este árbol, lo que me hizo pensar. O soñar. O alucinar. Tras un par de días con la mochila a cuestas a través del impenetrable bosque de la Península de Osa, al suroeste de Costa Rica, en medio de un calor y una humedad insoportables, cargando con un pesado teleobjetivo intentando (sin mucho éxito en general) de obtener fotografías decentes de la sorprendente variedad de criaturas que viven en esta jungla, mientras recogía garrapatas y perdía más fluidos de los que físicamente podía beber, me topé con el árbol de la imagen.
Estar deshidratado implica moverse lentamente, con cierta torpeza, unos síntomas a los que estoy bastante acostumbrado por mis frecuentes caminatas por el desierto. No es un gran problema asumiendo que tengas agua; simplemente continúa bebiendo y mantente al tanto de la próxima fuente de agua. Así que no me sorprendió demasiado que me llevara bastante tiempo el cambiar de objetivo y colocar la cámara en el trípode sin tirar algo y sin sentarme en el suelo a descansar. El imaginarme gigantes bajando por el árbol o desear poder trepar por él a donde quiera que llevase con tal de que hiciese un poco menos de calor seguro que representa unos síntomas un poco más preocupantes de falta de agua en mi cuerpo. Pero llegar a casa y descubrir que se me había olvidado bajar el ISO de la cámara desde lo que estaba usando para capturar a animales que no se están quietos (algo que nunca me había pasado antes), cuando no corría la más mínima brisa para aliviar el bochorno (y por lo tanto no había ningún problema con exposiciones largas), me hace darme cuenta que mi cabeza no estaba funcionando como debería. Algo a tener en cuenta para el futuro. De todos modos, incluso ahora en mi casa y con una cerveza en la mano, me sigue resultando fácil imaginarme a Juan descolgándose por este árbol con un gigante detrás.
