/// Wild Tracks - Landscape Photography by Eduardo Gallo

WILD TRACKS

Pasión por la Fotografía de Paisajes

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Parque Nacional de West MacDonnell, Territorio del Norte, Australia

Mayo 2012

Parque Nacional de West MacDonnell, Territorio del Norte, Australia

Canon 5D MkII & EF 24-105mm f/4L IS USM, 1/8s f/8 ISO400 @45mm

Google Earth para esta foto
RETO

Nueve días caminando sin parar. Cerca de 150 kilómetros en mis piernas. Demasiado muesli y demasiadas barritas energéticas para mi maltrecho cuerpo. Demasiado tiempo sin una comida decente o una ducha caliente. No había bebido más que agua con sabor a medicamento durante un tiempo realmente largo, y encima llevaba racionándola un par de días a medida que el número de pastillas de yodo restantes se acercaba con rapidez a cero. Me sobraban dedos de la mano para contar la gente con la que me había cruzado en todo este tiempo.

Calor, soledad, sudor, y un sol cegador durante el día. Cambiado por frío, las brillantes estrellas del cielo austral, y la compañia de la fauna local durante las largas noches del invierno. Los dingos. Animales bonitos y sociales, aullando sin parar al amanecer y al anochecer mientras yo sacaba fotos. En mi opinión hambrientos a más no poder la mayor parte de sus vidas, ya que atrapar un canguro (la base de su dieta) en este terreno parace tan fácil que estoy sorprendido que no se convertieran en vegetarianos hace tiempo. No pueden comer, así que aullan y aullan sin parar. Diferentes tonos. Diferentes melodías. Diferentes volúmenes.

Esto es el centro de Australia. Paisajes ancestrales. Tierra estéril despojada de sus nutrientes por milenios a expensas de un sol inmisedicorde. Un infierno para la mayoría, un hogar para unos pocos. Las plantas más resistentes. Los animales más duros. Terreno entrecruzado por los ríos más viejos del planeta, secos la mayor parte del año, pero conservando su curso mientras cordilleras se crean y se erosionan a su alrededor. Yo estaba andando a lo largo de una de ellas. La Sierra de MacDonnell. Una serie de enormes orugas arrastrándose por el desierto. Separadas unas de otras por terreno inhóspito. Último refugio de plantas de una época más fría y húmeda, hace tiempo olvidada. Rocas plegadas y torcidas que poco a poco se comen la suela de mis botas, convirtiendo la tarea diaria de encontrar un hueco donde poner mi tienda sobre la espina dorsal de la criatura en todo un reto.

Esa era mi única regla. La espina dorsal. Dormir arriba, en la cima, en el risco. Mi objetivo. Mi reto. Esa era la razón por la que había venido a este lugar. Para dormir arriba. Para ver el amanecer en el mismo lugar en que había disfrutado del anochecer unas horas antes. Simplemente mirar hacía el este o el oeste, así de fácil. Un objetivo encomiable, pero difícil de conseguir. El camino (los 223 km de camino) discurre paralelo a las montañas, pero no puede permanecer encima todo el rato. No hay agua. Es necesario descender a menudo. Kilómetros gloriosos a lo largo de los riscos se mezclan con muchos otros de monótono caminar por el arenoso terreno de los valles. La mayoría (pocos en cualquier caso por estos lugares, pero mayoría al fin y al cabo) acampan por las pozas de agua situadas a la sombra de los cañones donde los ríos normalmente secos cortan entre las montañas. Ahí abajo es plano y arenoso. Puedes beber hasta que el agua te salga por las orejas. Y dormir cómodamente. Lo sé porque lo hice dos o tres veces. Es simplemente que hay un ligero problema con ese plan. Y es que te pierdes el espectáculo.

Hay doble sesión diaria. Las horas mágicas. El resplandor del sol desaparece, la luz se hace más cálida, el viento para, aparecen nubes donde antes no había ninguna, el tiempo se frena, tu vista alcanza más lejos, mucho más lejos. Puedes ver el lugar donde acampaste hace días, y luego girar el cuello y planear dónde lo harás la noche siguiente. Presiono el obturador. Una y otra vez. Tratando de memorizar los colores, los olores, los sonidos, las sensaciones. Pero la entrada a este espectáculo no es barata. Seguir mi regla no es sencillo. Hay que llenar la mochila con agua, y luego subir a lo alto de la sierra. Y dormir en un suelo inclinado y rocoso con alguna piedra clavándose en tu cuerpo. Y atar la tienda de campaña para que no salga volando cuando tú no estás dentro. Día tras día, noche tras noche. Es lo que cuesta y ya está. O vienes o no vienes. O pagas el precio o te pierdes el espectáculo, aquí no te puedes colar. Yo elegí venir y elegí pagar. Y en esta noche en particular me sentí como el rey del mundo porque estaba en lo alto del mundo. Cualquier lugar a mi alrededor estaba más bajo, más seco, más caliente, y era menos bonito que donde yo me encontraba. El anochecer fue hermoso, pero el amanecer que aparece en la imagen lo superó con creces. Extraordinario. Anticipación a medida que el cielo clarea, satisfacción cuando aparece el sol, y el paraíso a medida que sube y poco a poco va iluminando la tierra justo delante de mis ojos. Justo debajo de mis ojos. El mismo terreno que yo había cruzado en los días anteriores. Y entonces se acabó. Una nube bloquea al sol. Se acabó el espectáculo, aunque estás invitado a la siguiente sesión. Es diez horas más tarde. En un lugar similar a éste, como por ejemplo este otro. Pero a veinte kilómetros de distancia. Y con un enorme descenso y su correspondiente ascenso entre medias.

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